viernes, 17 de abril de 2009

Al final de la escapada


Hace poco ví Al final de la escapada, la opera prima de Jean-Luc Godard y punto de partida de ese movimiento cinematográfico que tanto reflejó el espíritu de la época, los 60, llamado Nouvelle Vague. Habiendo sido alumna de Comunicación Audiovisual -bueno o una simple curiosa del séptimo arte-, hubiera de haberla visto mucho antes, pero no fue hasta una aburrida noche de abril que me decidí hacerlo. No me voy a poner a analizar la obra -no soy ninguna académica-, pero sí quería detenerme en su antológica lección de estilo.

El ejercicio de libertad detrás de la cámara que impuso el entonces desconocido director francés también se tradujo en la nonchalance y coolitude de sus dos protagonistas a la hora de llevar sus prendas. Jean-Paul Belmondo como el ladrón caradura Michel Poiccard es el paradigma del estilo de finales de los 50, con traje, corbata, sombrero y omnipresente cigarrillo en la boca; síntesis del chic único de aquella época que ya nunca volveríamos a ver. ¡Qué daño ha hecho el street-wear! Porque donde se ponga un hombre bien vestido, con un allure semejante al que destila el carismático Jean-Paul Belmondo, que si quite todo lo demás. Lo que más me gusta es que aquí, gracias al carácter despreocupado del personaje, la indumentaria pierde toda rigidez y demuestra, una vez más, que lo que importa no es lo que llevas, sino cómo lo llevas.

Por su parte, la dulce Jean Seberg como la estudiante estadounidense de periodismo Patricia Franchini me recuerda por qué me gusta tanto la estética vintage. La película es del '59, como reflejan esos pantalones rectos tobilleros, ese fantástico vestido a rayas con vuelo y cinturón coordinado o las angulosas y coquetas gafas de sol. Aunque diría que ese corte à la garçon, sin duda, pertenece más a la década siguiente; un estilo innovador, como innovadora era la forma de mirar de Godard, en el que ya asistimos a "robar" prendas del armario masculino -maravillosa Seberg con camisa a rayas-, algo que nos quieren vender como "tendencia" este año de crisis, en fin... De su vestuario, me lo quedaría todo, ¡tan grácil y femenino! Aunque, por supuesto, reconozco que la frescura y luz de Seberg ayudan en buena medida a lograr este sublime resultado.

Y, por último, otro motivo que me impulsó a verla es el de observar a mi querida Paris con unos cuantos añitos menos. Aunque todo está allí: los Champs Elysées -mucho más apetecibles entonces que ahora-, la señorial Avenue Georges V, los tugurios de Montparnasse... Recuerdos de mi estancia parisina y prueba irrefutable de que el tiempo no pasa en balde. Con películas como esta me da la sensación que, aunque nací en el '83, poco tengo de la generación pulgar; soy más del siglo XX, aunque haré todo lo posible para disimularlo...